13.3.2. Destrucción del matrimonio y familia en la new age

El cambio en las relaciones humanas es el título del capítulo doce del libro. Un título poco expresivo, pues su contenido efectivo es el matrimonio y la familia.
Eufemísticamente, como es habitual, se declara al comienzo lo siguiente: «En capítulos anteriores hemos ido viendo surgir un nuevo consenso en instituciones colectivas tales como gobierno, medicina, educación y negocios. Pero ningún programa ni ningún comité pueden pretender reformar ni repensar “la familia”, el “matrimonio” y las relaciones sociales en general. En realidad, no son verdaderas instituciones, sino millones y millones de relaciones -conexiones- que sólo pueden ser comprendidas desde el individuo, y en todo caso solamente como un proceso dinámico. La costumbre social es probablemente el más profundamente hipnótico de los fenómenos culturales».- Pero, ¿cómo es que matrimonio y familia no pueden ser reformados ni repensados? ¿Por qué no son verdaderas instituciones? Estas pocas páginas, apenas veinte, de que consta el capítulo, contienen una descalificación abierta y completa del matrimonio y de la familia. Lo que Ferguson quiere significar al decir que la familia y el matrimonio no pueden ser reformados ni repensados es que, por ser meras y puras convenciones sociales arbitrarias, no tienen cabida en la Nueva Era. «Siempre que alguien comienza el proceso transformativo, la muerte y el nacimiento le rondan: la muerte de la costumbre como autoridad, y el nacimiento de su propio ser».
A continuación se dedica Ferguson a poner de relieve las dificultades que los transformados acuarianos encuentran con frecuencia entre sus esposos e hijos. La transformación crea un abismo entre los esposos que muchas veces son insalvables. Aun así, Ferguson mantiene que «sea cual sea el coste en el plano de las relaciones personales, descubrimos que, a fin de cuentas, inevitablemente, nuestra mayor responsabilidad consiste en administrar nuestro potencial: llegar a ser todo lo que podemos ser. Toda traición a esa confianza debida a uno mismo pone en peligro la propia salud física y mental». Por lo tanto, lo que Ferguson viene a decir es que cuando el «llegar a ser todo lo que podemos ser», y en lo cual, por cierto, se cifra el núcleo de la moralidad humana, entra en conflicto con los nexos familiares, entonces resulta que el matrimonio es una rémora y, al cabo, es algo ya no solamente malsano (según dice Ferguson), sino también inmoral, si podemos hablar con lenguaje clásico. Como sentencia Ferguson, «cada uno es fiel a su vocación, no a una persona».
La autora ofrece dos ejemplos complementarios. «Una mujer, refiriéndose a una corta relación matrimonial que había tenido tras un largo matrimonio, decía: “Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que estaba haciendo una última intentona de arreglo con el Viejo Mundo, pero al hacerlo me estaba apartando de mi propio impulso espiritual». «Un hombre de negocios que contaba que durante un tiempo intentó actuar de forma más creativa en su trabajo y anduvo a la caza de relaciones sexuales, “todo con tal de llenar el vacío, el agujero que sentía en medio de mí -el hambre espiritual-. Pero una vez que te das cuenta de lo que estás haciendo, dejas de hacerlo. No puedes seguir haciéndolo”».
Frente al amor institucional, el amor holístico, «la relación amorosa transformativa es una brújula que nos orienta hacia las propias potencialidades. Nos libera, nos completa, nos despierta y nos robustece. Es algo en lo que no necesitamos “trabajar”[168]. Con toda su mezcla curiosa de intensidad, facilidad y contacto espiritual, la relación transformadora contrasta con las otras conexiones tanto menos gratificantes de nuestra vida, y acaba convirtiéndose en algo tan vital como el oxígeno. Este tipo de relaciones también nos orientan hacia otro tipo de sociedad, sobre un modelo de mutuo enriquecimiento extensible a todo el tejido de nuestras vidas». Como puede verse, este tipo de relación interpersonal sí es reformable y repensable, sí le parece a Ferguson conforme con la naturaleza del hombre.
Ya cuando trató de la educación Ferguson había dicho varias veces que es necesario desencajar el nexo entre padres e hijos para que los hijos tengan libertad. Cuando ahora habla de la familia, insiste en ello. Con aprobación cuenta una anécdota ilustrativa: «la poetisa Adrienne Rich recordaba un verano pasado en Vermont con sus tres hijos, viviendo de forma espontánea, sin programas. Una noche, ya tarde, volviendo a casa después del cine, se sintió completamente lúcida y de excelente humor. “Habíamos quebrantado todas las reglas, la hora de ir a la cama, no salir por las noches, reglas que yo misma consideraba que debía observar en la ciudad si no quería ser una “mala madre”. Éramos conspiradores, estábamos fuera de la ley de la institución materna. Me sentí enormemente responsable de mi vida”. No quería que sus hijos actuasen por ella en el mundo. “Yo quería actuar y vivir por mí misma, y quería amarlos por lo que ellos eran aparte de mí”». Si este es el camino, entonemos ya el réquiem por el hombre, el matrimonio y la familia. En el relato de esta anécdota se manifiestan todos los elementos de ruptura de la familia y del hombre: todo comienza, esta vez, por la mujer, por la madre.
Ferguson insiste: «Como la relación adulta transformadora, la familia transformadora es un sistema abierto, rico en amistades y recursos, generosa y acogedora. Es flexible, capaz de adaptarse a las realidades de un mundo en transformación. Otorga a sus miembros libertad y autonomía, y al mismo tiempo una sensación de unidad grupal». Esta nueva familia, la «familia planetaria», internamente desestructurada, es para Ferguson el modelo que debe seguir la Nueva Era; en realidad, esta familia nueva no es más que cada una de las redes de la conspiración, en la que no hay padre, ni madre, ni hijos, sino tan sólo conciencia transformada y acción social.

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